viernes, 15 de enero de 2016

¿Soberanía popular o Soberanía tutelada?

Tras el acuerdo alcanzado entre "Juntos por el Sí" y la "CUP" parece que se viene a poner en boga entre nuestros políticos una nueva forma de manipular la decisión popular. A saber: lo que no se consigue en las urnas se puede conseguir mediante el cambalache con los competidores siempre y cuando resulten prebendas o ventajas que permitan llevar adelante cambios políticos y legislativos (muchas veces irreversibles), que no son resultado de la decisión mayoritaria, ni coincide con la voluntad popular y que, en ningún caso, se atienen a uno de los principios esenciales de la democracia: el Principio de Legalidad.


La quiebra del respeto a este Principio que podemos observar no solo de manera reiterada  en los "solemnes" juramentos del cargo de los diputados, sino también en las iniciativas segregacionistas inconstitucionales, deja a la democracia española maltrecha y también así a los ojos del mundo, si atendemos a las posiciones en Europa. Me refiero a las  declaraciones de Jean Paul Juncker en septiembre de 2015, puntualizando que las Constituciones de los Estados Miembros deben ser consideradas parte de la legislación común europea.


Ciertamente del análisis de los datos de las últimas elecciones se desprende que estos nuevos "artistas" de la política no tienen ni mucho menos el voto de la mayoría, pero se las arreglarán para -merced a poco confesables pactos basados  en los intereses particulares y partidistas-, llevar adelante unas reformas más demagógicas que útiles para el pueblo. Es fácil ver en las últimas declaraciones de la cúpula del PSOE que estarían contentos en pactar con los diversos "Grupos Morados" porque entienden que existe coincidencia en los programas de "repercusión social" y en la atención a un reformismo constitucional más postmoderno que necesario.

En todo caso, no debemos olvidar que tras estos partidos hay personas que les son fieles incluso aunque les lleven (como es lo más probable que ocurrirá), al desastre. Pero ya se sabe, si yo estoy mal, todo el mundo debe estar mal, postura muy propia de la envidia y la frustración histórica ibérica.



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